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30 de mayo de 2021

"SI ME LLAMA EL MAR, DILE QUE AÚN NO HE IDO", POEMAS DE ALICIA YÁÑEZ HERNÁNDEZ"

 


Mar del puerto

Puerto

puerto de mis entrañas

cuando toco su mar me enclava

sus mejillas en estacas de vapor

 

Las luces que destierran a los peces

flotan entre mis sueños

como cuando mis pies eran lejanos

y era lejana mi mirada

¿Acaso aquellos recibirían al sol?

 

Reflejando los cerros

se escondería muy adentro de mí

mi puerto

 

Y el mar no parecería más mar

 

Nada podría sumergirme ya

Como cuando rozo su rostro

¡Ay del ansioso mar!

cuando toco su puerto

todo rodeado de mis ojos

está inundando mi mirada

y todo corazón que veo lleva

como un crucifijo su puerto

 

Puerto puerto

¿Cuándo dejas tu maña?

De huir a mi lejanía

si el mar parece mío

cuando todo son sus labios

y besa en pleno mis sueños.

 

Litoral

Por la blanda arena,

bajo mi piel,

Cartagena.

Sobre mis pies, lo que arrastra el mar,

desde El Tabo, Algarrobo

litoral de los poetas

¿Quién oirá su espumar?

 

¡Cuánta soledad en un solo poema!

todo se esfuma con el tiempo,

las sombras de oro sobre casas de madera

con caminos vagabundos

navegantes de recuerdos.

 

¿Quién cantará ahora sus poemas?

El mismo cielo recitará sobre sus cabezas,

habitantes de la costa

su bocanada melódica.

 

Las lanchas visionarias

en el puerto sin compañía,

se disfrazarán de mar

y su mar de letras

bordará el chaleco del niño,

que corre, lejos

por la morena piel del litoral.

 

La poesía corre, corre por las venas

de tan olvidado mar.

 

En algún lugar de San Antonio

Turbulenta marejada tiñe

al mar escarchado de ausencia de colores,

en su espumada burbujeante de olvidos

se alinean inocuos pensamientos.

Su cuerpo es ventiscoso, libre

con su vuelo hacia mi frente,

hacia mis manos, a por mis ojos.

Se avecinan fugaz, sus aguas.

 

Una profundidad solitaria

del tamaño del puerto de mi infancia,

entrecruza más miedos de los cerros

que barcos navegando en costas apiladas.

 

“Porque no pertenecemos a ningún lugar”

pero a todo yo amo

como si del interior ocuparan espacio.

Y el mar que se sobrecoge al este

lleno de confusiones, lleva

mi corazón al centro,

late, canturreando corales,

pronuncian su nombre

en busca de quizá,

algo parecido a un futuro.

 

Flor del pacifico

Prefiero perderme en el agua

buscando lirios de mar

¿o ellos me buscan a mí?

 

Compadecen al pacifico, a los peces

y al collar de conchas que pasean

princesas marinas.

 

Prefiero hablar con pirañas

que dientes al humano le sobran

que colmillos agrietan corazones

de todos bellos colores.

 

Meticulosa con las sombras náuticas

que acompañan a esta niebla medrosa,

me confundo yo con las algas más lejanas

que penosas le claman a las aguas

luz que les curta el alma

y les bailen los peces

flores o amores.

 

Tanto me fundo yo con los mares

que ni lirios ni mi alma

logran encontrarme.

POEMAS DE ORLANDO ANDRÉS BAEZ

 

 

 

 -No, ningún plan. Tengo asco por todo, ¿me

entiende? Por la gente, la vida, los versos con cue-

llo almidonado. Me tiro en un rincón y me ima-

gino todo eso. Cosas así y suciedades, todas las

noches.

 

A veces pienso que esta bestia es mejor que yo.

Que, a fin de cuentas, es él el poeta y el soñador.

El Pozo (1939), Juan Carlos Onetti.

 

Nuestros Tiempos.

X

Está todo nuestro pasado,

exhalado digital.

Puedo buscar el instante

presente pasado

e interpretarlo con la claridad

de un verso dorado

de narraciones de gusanos

conquistando manzanas eternas.

 

Y

Nuevamente el pasado de pulsaciones eléctricas.

Está vivo y latente,

presente.

Fantasmas de roca

con patas de tentáculos

y piel de gusano humeante.

 

Z

Para mi abuela esa señora

estaba loca,

por tomar una pala y trabajar su tumba.

Pintar de color escarlata

la fachada dorada del pasado ilusorio.

Y ahora yo estoy loco,

según la blasfema lectora sin tiempo.

Porque soy yo la que pare

los versos con sabor a plástico,

aroma a circuito quemado

y tacto con dedos quebrados.

 

01001

Poeta cobarde que

no cruzas la calle.

Por miedo de ver figuras monstruosas

con tus mismos ojos de mosca

dorada y visión nocturna.

 

…………………………………………………………………………………..

 

Quimera Moderna.

 

El pasado no existe, me decían.

El pasado sólo son nebulosas infinitas de un segundo.

 Pero ahí está, tan vivo que puedo tocarlo con la punta de mis dedos.

De cualquier modo, la punta de mis dedos está fría.

 

 

Mi amigo está muerto.

Sin la blanca pantalla

de simbolismos eléctricos. 

Te regalo una canción sobre Cristo,

cuya letra encierra el odio del borrego.

Estoy en el centro, otra vez, de la masacre.

Escribo basura visual

para que vomites trozos de espejos negros.

      Sí, no soy digno de                           .

Ni de escribir versos con cuello almidonado.

Pero, el tejer de las letras también es el territorio

de la bestia encerrada en colores imaginados.

En una plataforma que pronto contendrá

los pensamientos de todo humano en la tierra.

Aquel algoritmo que me lee mejor

que el más avezado lector

de los tiempos.

No, no podrá,

porque me refugio mejor que un ave

de rapiña con ojos de mosca.

Busco,

por si es que mis versos fueron escritos

por un poeta muerto.

No están.

Sin embargo

¿Lo puedes ver?

Las épocas forman un cuadro

imposible

difuminándose con el sonar

del clicker.

Pero, estimado lector,

que no eres hombre ni mujer.

Pues eres apariencia.

Pues eres mula de carga.

Pues eres un monstruo de bolsillo.

Fantasma de roca y patas de lagarto

muerto.

Pues eres proyección artificial de una máquina,

o personaje desolado de mi mala pluma.

No,

pues, eres tu propia quimera moderna.

La

 

Interpretación

La

 

Haces

 

Tú.

 

 

Innumerable.

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La historia de un toro

 

Poseía la fuerza de cien bestias

lunares y solares

en su corona de oro.

Sin embargo, estaba atado.

Una cuerda de agua

lo mantenía sujeto

a un árbol, que era,

un asidero a la tierra fértil.

 

Hace años que ya no luchaba,

en vano había intentado liberarse

sin éxito alguno.

Se conformaba con mirar

el alba y el ocaso,

alimentándose del prado

de colores fluorescentes

y escupiendo relámpagos

en los días de tormenta.

 

Un día cualquiera,

sin previo aviso,

sin profecía,

sin señal y sin eclipse

de color alguno,

la cuerda se desvaneció y,

junto con eso,

un colosal diluvio

perforó la tierra.

 

Sus patas tambalearon.

Fue como si la una galaxia entera

sucumbiera en un

cataclismo sin fin.

 

Pasaron las eras

y la bestia no logró dar ni un paso

lejos del árbol.

Quedó, finalmente,

con una pata erguida

aventurando un paso discreto

cuando se convirtió en piedra.

 

Ahora estoy bajo esa

escultura milenaria,

con mi propia cuerda de agua,

aguardando el convertirme

en piedra negra.

 

POEMAS DE ALLELEY CISTERNAS


Grietas fértiles en el concreto


¿Niño o niña?

A mi cuerpo en formación
se acercó una mano
tibia y muy patuda
que tocó sin avisar
la piel estriada
que me contenía.

Íbamos los tres
por la calle San Antonio,
de paso.
Pero ella llevaba allí horas,
posiblemente días y años,
buscando en el único rubro
que se le permitía,
su supervivencia.

Hizo la pregunta de siempre,
la que todos hacen:
¿niño o niña?
pero que en su voz chillona
de exagerada feminidad
adquiría una connotación especial.
Mi padre no entendía
y miraba con desconfianza
la caricia que regalaba ella
al vientre de mi madre.

Aún no lo sabemos.
La mano era áspera y grande
de largas uñas de fiera
y el rostro
de expresiva gesticulación
escondía tras la alegría ruidosa
mucho desgaste y cansancio.

Sus cicatrices, aún cubiertas
con el exorbitante maquillaje,
se traslucen
si uno mira con cariño
su sonrisa incompleta
y sus ojos tiernos.

Bueno, le contestó ella,
qué sea niño o niña,
pero que lo sea bien clarito
porque una sufre tanto…

 

Acoplamiento

La luz que atraviesa las cortinas casi cerradas
hiende en línea recta  la negrura de la pieza,
formando en su apertura un ojo brillante.

Yo lo miro distraída
por su exótica luminiscencia,
mientras tus manos ásperas
aprietan mi carne
queriendo arrancarla.

Tú conoces bien la resistencia de mi piel,
lo sabes,
puedes apretar hasta el enrojecimiento,
puedes escarbar canales con tus uñas,
desde mi nuca hasta mis muslos o devuelta,
recorrerlos después con tu lengua, darles caudal,
externalizar nuestras pasiones,
para que reflejen la luz del ojo espía.
Puedes azotar esta carne que me recubre
hasta hacerme gritar e inundar mi mirada,
para que el ojo pueda reflejarse en los míos 
Y así tú los puedas ver.

También puedes quedarte luego
solo si quieres
a ver como todas las marcas se deshacen.

Nuestras aguas subterráneas,
que fluyen y confluyen
cuando tu carne penetra en la mía,
ascienden hacia el techo
en gotas que resplandecen
cuando la luz del ojo las atraviesa. 
Y en su acumulación
yo siento desaparecer mi mente,
en medio de un vahído
que se equilibra entre la desesperación y el placer.

Tu corazón pegado a mi espalda
parece querer huirte y tu carne suda.
Alzas tu torso intentando recuperar el aire
y salvarte del hervor que inunda la pieza,
pero no se puede,
las gotas salinas que se desprenden de ti
ya no alcanzan a rozarme antes de su ascenso.

Tus caderas esmaltadas van y vienen
en un movimiento pendular.
Yo, con mi cabeza fusionada al colchón
miro tu cuerpo hacía atrás.
Ahora puedo ver claramente tu fisonomía
y el reflejo del ojo luminoso en tus crespos.

La pieza se siente tórrida
y el ojo espía es cada vez más grande,
tu figura cada vez más clara.
La pieza ya no es negra, sino gris
todo parece borrado
en medio de una niebla que la inunda
en la que solo te puedo ver a ti
y a él, el ojo espía.
Aquí y ahora no existe separación
tus manos son mías
y la carne que atenazan, tuya.

El torrente se vuelve irrefrenable,
el diluvio incontenible.
Las manos recorren errantes el colchón
buscando alguna manera de tomarte
para cerrar el círculo.

El roce frenético de mis dedos,
tus manos aferrándose                                            
a la carne que recubre mis caderas,
como una bestia hambrienta.

El péndulo encabritado.

El ojo totalmente abierto.

El vapor condensado en el techo,
acumulado en la niebla de la pieza
comienza a descender en goterones furiosos
monzónicos,
moja los veladores, las cortinas,
el colchón, y la ropa esparcida en el piso,
nos desaparece en medio del resplandor
del enorme ojo solar que los atraviesa
y nos acalla en medio de su bullicio tempestuoso.

Ahora, al fin, somos uno,
hasta que el ojo se vuelva a cerrar
y caigamos rendidos sobre la cama desarmada.
Deseando no volver a estar separados.

 

Piuke
Como un barco movido por un mar,
que es tambor constante,
me desplazo hacia el sueño.

 

Leufü

El día está terminando,
en el cielo se abren largas sendas rojizas,
creadas por el andar de siglos
y que unen este estrecho punto mío,
perdido en la inmensidad cerrada de la warria,
con la inmensa amplitud de la tierra
en la que nacen parte imprescindible
de mis ríos sanguíneos.
Y en la que duermen en apacible nicho
el chachay y la papay.

Entre esos dos puntos
la única unión es el cielo sangrante
que entra en mí descontrolado.

A veces entra como corrientes gélidas,
que congelan mis venas
y tiemblo de horror al sentirlas en mi cuerpo,
sabiéndome impotente, inútil
mientras niños como fui yo,
pero más infortunados,
huyen de lacrimógenas, perdigones y lumas,
que siembran en su espíritu el justificado odio,
que llena sus ojos de lágrimas
al jurar una venganza que jamás terminará,
contra aquellos perros verdes y ciegos,
carnes de cañón,  algunos morenos como nosotros,
pero que por lealtad al amo que los maltrata
destriparían a dentadas a su propia madre.

A veces entra como suaves hilos rojos,
que avanzan envueltos en torno
al canto de cuna de aquella papay:
“gumayta puñen may, gumayta puñen may”.
O en torno a la voz de mi Pili,
contándome de nuestra hermosa papay,
que rechazaba al winka                                         
y solo hablaba mapudungun,
que tejía telares y cultivaba esa misma tierra,
que provenía de un linaje feroz,
que era bella y suave
pero firme y resistente,
pues así es el newen mapuche zomo.
O envueltas con firmeza en torno a los gritos
que en el Huelen me mostraron
cuán equivocada estaba al sentir
que nacer sin lengua y cubierta de cemento
me impediría volver a ser mapuche.

A veces entra informe, pero aún rojos,
por mis pupilas, mis manos,                                
mi nariz e incluso mi boca.
Al ver los troncos verdes
y las ramas que los cruzan en todas direcciones.
Al sentir en mis manos la tierra fértil
que los alimenta y es alimentada
en un ciclo más eterno y absoluto
que cualquier Dios antropomorfo.
Al oler el boldo centenario que conocí
sin poder creer que todo lo bello
puede coexistir en un solo ser,
cuyas raíces se hundían en el mallín
hasta las entrañas de la tierra                                    
y ahí se nutría, para darnos en sus hojas               
y en sus frutos, una porción de sus secretos.                  
Y al rozar con mis labios sus texturas,                             
para sentir en mi lengua el sabor de sus aguas.

Pero siempre son el mismo río                                          
las sendas que aún puedo ver
en el cielo sangrante,
mientras el sol desciende,
que con sus aguas penetra en la coraza de cemento
en la que nos envolvieron queriendo protegernos,
sin saber que nos secarían.

Su vertiente, que cae en escasas gotas,
basta para despertar un brote,
una pequeña semilla
que sembró en mí la Pili,
cuando decidió que sería Alleley
un buen nombre,
cuando me enseñó que ser indio                           
es razón de orgullo,
cuando me dijo que a esta hora
los espíritus están más presentes,
por lo que se les debe pedir permiso
para ingresar a sus espacios,
que no son míos
porque no todo puede ser por y para los hombres.

Y yo le pido a usted papay,
si puede entender y perdonar
que sea esta mi lengua por ahora,
que me permita ver con más amplitud
el caudal completo de este torrente de siglos,               
la totalidad de estas sendas,
que me fueron arrebatadas junto con la palabra
y que yo sueño con recuperar,
para poder cruzar cuando quiera
las largas sendas rojizas,
que unen el punto en el que                                  
sin quererlo me arraigué
con aquel en el que descansan sus huesos resistentes
y en el que podremos conversar                      
como siempre debió ser.

 

18 de mayo de 2021

"TELA DE ARAÑA", POEMAS DE MIJAIL AGUILERA

 

Tela de Araña

Suspendida,
espera el rocío ciego.
Mientras yo hago equilibrio,
a punto de caer.

Forcejeo insensato.
Tiembla la seda,
no puedo escapar.

En una red infinita,
un depredador silente
me envuelve de a poco.

Me sumerge
en la tela del tiempo,
me ahoga en sufrimientos
de grises cansinos.

Y siento un crepitar desfigurado
y tiemblan los halos de luz.
Ha envuelto a otra presa.

El tiempo me persigue de lejos
precipitando.
Caerá la tela angustiante.

He salido de la seda que me envolvía
ahora soy hijo de Aracne
y mi tela suspendida
espera el rocío ciego.

 

Rocío Ciego

Llegó una mañana insomne,
mientras las flores cansadas
volvían de su sueño encrespado
a un mundo delirante.

El rocío errante y mezquino
no sabe dónde reposar.
Rechaza sin pensar la tierra seca
y allá se acerca al montón de mierda.

La flor de lis se marchita de golpe,
los árboles de jade estallan
escupiendo sangre blanca.
La muerte siega el jardín.

Y el rocío sigue prefiriendo
la podredumbre frente a todo.
Allí dónde el sol quema
se deshacen las hojas quebradas.

Tiembla la tierra al sentir
el último aliento de sus plantas,
y desfallece con ellas
en la ciega insensatez.

 

Caer

Un muchacho mira por la ventana,
se asoma a fríos paisajes,
casi siente la calidez del sol,
aunque caiga la nieve.

Asomándose a la ventana
escucha el llanto de un bebé,
ve como pintan los muros de rojo,
asiste al funeral de un arcoíris.

El muchacho cae al vacío
de la ventana hipnótica.
Nunca tocará fondo.

Quiere escapar
de sus cuatro paredes.
Sigue dentro de ellas.

Se consume en un vértigo
interminable y receloso.
Pero aún no lo sabe.

Busca vivir
su propia vida.
Apenas ve por la ventana.

 

Grises Cansinos

No puedo pintar el atardecer
que se desborda en un
mar de noche sin color.

Las olas buscan las nubes.
No hay tempestad
en el silencio.

Estoy atrapado en una máquina
de engranajes inmóviles,
a punto de romperse.

Estoy atrapado en una máquina
de engranajes inmóviles,
descoloridos.

Estoy atrapado en una máquina
de engranajes inmóviles,
repetitiva.

 

Halos de luz

En este laberinto nocturno
sombras deambulan perdidas
al ritmo de llantos y lamentos
gritos de desesperación.

En la imagen desolada, una figura
se refugia en el silencio.
Con sus trémulos ojos abiertos
espera el arrullo de la mañana.

La noche no se agota,
y el día se acaba en un suspiro.
La figura no deja escapar su aliento,
aguarda paciente la breve esperanza.

‘La salida del laberinto
sólo se revela al amanecer’,
fue el único mensaje que encontró
para escapar del tormento.

Pero cada amanecer que pasa
aumenta su triste confusión
al no ver indicios del escape
que tanto tiempo lleva anhelando.

El alba se acerca sin prisa,
la parca no pierde el tiempo.
La figura cae al suelo
una sonrisa se dibuja en su rostro.

Despunta el alba,
un halo de luz se refleja en el piso
mostrándole la inútil salvación.

DOS POEMAS DE JAVIERA FUENZALIDA

 

Laceración.

Crispando la salida ventricular del corazón a la lengua

se abstrajo y murmuró:

el tiempo y yo, al fin

respiramos.

Cierto es que

mientras más se muda la piel

más sabia y firme es la nueva.

Un ciclo existe en la agonía recalcitrante

del ocaso de un malhumorado

como aquel marmóreo templo que en algún tiempo pasado

con gloria recuerda.

Habiendo ya hecho la faena necesaria

de eliminar el dolor medular en la espina

se tambalea suave el cimiento, robusto otrora.

En el claroscuro de un dintel inexorablemente abrumador

se derrumba la añoranza

dejando un rastro negro y viscoso

de orgullo pisoteado, entremezclando

su putrefacción.




 

¿Hay orgánica en la melancolía?

Dolido el calor, se comportaba

pegajoso y sólido, ahora hiere;

luce como si lloviera cáncer

te podría asegurar que este no se encuentra

a la vuelta de cada esquina.

Atesorar puede resultar mezquino

pero la convicción de la moral

y la pútrida bondad

están ambas ya agotadas

en la carne que rasgan, prefiriendo olvidar.

Golpe:

arriba, tozudez estólida

empañada, sorda, tuerta.

Golpe:

abajo, rencorosa, aún probable y distraída.

Concentración destilada, inerte

absurdo.

Calambres y codos, hambre

Luxaciones del alma en conjunto

con los músculos.

Paralelismos eternos compungidos cual sinfín angustioso.

Este sometimiento voluntario y la debilidad

no podían ser sinónimos.

Plasmada la huella necesaria, imprescindible para la retina

con sus pasos ámbar obscuro

posee el olor quemado de aquel imprudente que

sabe debería detenerse y aun así

prefiere sumergir, impetuoso, la consciencia

en el licor de aquel amuleto apocalíptico

bautizado memoria.