Laceración.
Crispando
la salida ventricular del corazón a la lengua
se
abstrajo y murmuró:
el
tiempo y yo, al fin
respiramos.
Cierto
es que
mientras
más se muda la piel
más
sabia y firme es la nueva.
Un
ciclo existe en la agonía recalcitrante
del
ocaso de un malhumorado
como
aquel marmóreo templo que en algún tiempo pasado
con
gloria recuerda.
Habiendo
ya hecho la faena necesaria
de
eliminar el dolor medular en la espina
se
tambalea suave el cimiento, robusto otrora.
En
el claroscuro de un dintel inexorablemente abrumador
se
derrumba la añoranza
dejando
un rastro negro y viscoso
de
orgullo pisoteado, entremezclando
su
putrefacción.
¿Hay
orgánica en la melancolía?
Dolido
el calor, se comportaba
pegajoso
y sólido, ahora hiere;
luce
como si lloviera cáncer
te
podría asegurar que este no se encuentra
a
la vuelta de cada esquina.
Atesorar
puede resultar mezquino
pero
la convicción de la moral
y
la pútrida bondad
están
ambas ya agotadas
en
la carne que rasgan, prefiriendo olvidar.
Golpe:
arriba,
tozudez estólida
empañada,
sorda, tuerta.
Golpe:
abajo,
rencorosa, aún probable y distraída.
Concentración
destilada, inerte
absurdo.
Calambres
y codos, hambre
Luxaciones
del alma en conjunto
con
los músculos.
Paralelismos
eternos compungidos cual sinfín angustioso.
Este
sometimiento voluntario y la debilidad
no
podían ser sinónimos.
Plasmada
la huella necesaria, imprescindible para la retina
con
sus pasos ámbar obscuro
posee
el olor quemado de aquel imprudente que
sabe
debería detenerse y aun así
prefiere
sumergir, impetuoso, la consciencia
en
el licor de aquel amuleto apocalíptico
bautizado
memoria.
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