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18 de mayo de 2021

DOS POEMAS DE JAVIERA FUENZALIDA

 

Laceración.

Crispando la salida ventricular del corazón a la lengua

se abstrajo y murmuró:

el tiempo y yo, al fin

respiramos.

Cierto es que

mientras más se muda la piel

más sabia y firme es la nueva.

Un ciclo existe en la agonía recalcitrante

del ocaso de un malhumorado

como aquel marmóreo templo que en algún tiempo pasado

con gloria recuerda.

Habiendo ya hecho la faena necesaria

de eliminar el dolor medular en la espina

se tambalea suave el cimiento, robusto otrora.

En el claroscuro de un dintel inexorablemente abrumador

se derrumba la añoranza

dejando un rastro negro y viscoso

de orgullo pisoteado, entremezclando

su putrefacción.




 

¿Hay orgánica en la melancolía?

Dolido el calor, se comportaba

pegajoso y sólido, ahora hiere;

luce como si lloviera cáncer

te podría asegurar que este no se encuentra

a la vuelta de cada esquina.

Atesorar puede resultar mezquino

pero la convicción de la moral

y la pútrida bondad

están ambas ya agotadas

en la carne que rasgan, prefiriendo olvidar.

Golpe:

arriba, tozudez estólida

empañada, sorda, tuerta.

Golpe:

abajo, rencorosa, aún probable y distraída.

Concentración destilada, inerte

absurdo.

Calambres y codos, hambre

Luxaciones del alma en conjunto

con los músculos.

Paralelismos eternos compungidos cual sinfín angustioso.

Este sometimiento voluntario y la debilidad

no podían ser sinónimos.

Plasmada la huella necesaria, imprescindible para la retina

con sus pasos ámbar obscuro

posee el olor quemado de aquel imprudente que

sabe debería detenerse y aun así

prefiere sumergir, impetuoso, la consciencia

en el licor de aquel amuleto apocalíptico

bautizado memoria.

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